Prólogo de la Antología Poética Estaciones. por Sara Castelar
Disponible en la Librería Luna Nueva o en la editorial Dalya.
Aquí os dejo, llena de gratitud, el hermoso Prólogo de mi libro: Estaciones, Antología Poética. Escrito por la poeta, editora y queridísima amiga; Sara Castelar Lorca
Un ángel que baila en el oído
Dice Isabel de Rueda que hay que «Florecer en ese inútil esfuerzo de cambiar el alma» y yo la imagino cual Sísifo, tratando de escalar su propio ser con toda la belleza a cuestas, trabajando, serena y fuerte, frente a su hoja en blanco, entre las palabras que va extrayendo del pecho, entre la suspicacia y el caos, entre la alegría y un dolor que viene de muy lejos, que a veces se parece a una madre, otras se llama Juan y otras se llama simplemente la vida.
Se sintió reptar/con las alas aún no nacidas/y lloró entre
libros imposibles./ Por querer crecer/sintió en su voz el átomo,/el beso
indivisible y el espacio más puro;/y aún no encontró, sino equis, /arrabales de
enigmas/en los vagones/habitados del tiempo.
Porque en la complejidad de lo simple viven todos los estados, la naturaleza es una extensión de algunas manos certeras, unas manos que bailan porque saben que en la música suceden todas las Estaciones una noche cualquiera, e Isabel es naturaleza, por eso hablar de ella sin la música y sin la música de las palabras no sería posible.
Detente, amor, que el bosque no se alarga/y el sol parece tener prisa./ Robémosle al tiempo este silencio/ y juntos escuchemos el sonido/ que de este río, las almas de las piedras, ocultan.
Isabel es una poeta de toda la vida, como solo pueden ser
aquellos que nacieron para serlo y que de alguna extraña forma llevan en su
respiración el misterio del lenguaje. Autodidacta y curiosa ha ido forjando un
ritmo que siempre se parece al aire porque aquello que toca siempre cambia de
lugar, nada puede permanecer intacto cuando un corazón de estas proporciones se
alinea con el buen hacer
de aquellos que conocen su oficio. Estaciones es un libro
que refleja la maestría de una poeta que se ha forjado a golpes de emoción, que
ha puesto toda su generosidad al servicio de las palabras y éstas parecen
interactuar con ella como si la reconociesen. Sus pasiones se hacen lengua viva
y construyen puentes de comunicación tan esenciales como alternativos, el ruido
no hace mella en su creación poética si no que se va diluyendo hasta
convertirse en música y es que leer a Isabel es como sentir a un ángel bailando
en nuestro oído.
Levantarme,/sentir que a cada paso nazco,/adorar al frío y
al calor certero,/a los tristes demonios y a los ángeles buenos/que llegan de
pronto y clavan/una ribera de luz dulce en mi pecho.
Esta antología es jerezana y necesaria, es Isabel pura, desde esos primeros poemas de “Tu silencio en voces” o “Pisadas sobre lienzo”, que parecen querer tan solo dejar una estela cuidadosa sobre la pureza del mundo, pasando por su pasión por el flamenco en Horquillas en la ventana, la experimentación de Círculo Único o el cuidado extremo de las palabras en Memoria errante, hasta la contundencia de Auras en donde vemos la dimensión de una poeta que irremediablemente ha crecido, porque los poetas siempre están en búsqueda y esa búsqueda les alimenta y les convierte en un poeta nuevo cada día.
La poesía al no tener espacio ni tiempo no puede medirse en
dimensiones terrenales, pero alguien alguna vez me dijo que entre los poetas se
da el extraño fenómeno de que algunos crecen hacia arriba, obviando la
periferia, los contornos de otras voces y otras palabras, y que otros crecen
hacia esos laterales. En el caso de Isabel se dan ambos.
El magisterio del verbo duele, pero eleva,/lastima, pero ensancha,/une puentes y cose,/ como una hermosa madre/ las calcetas del logos./ Riega y abona.
Digo que hay que leer a Isabel porque hay que conocerla sin las vestiduras del paisaje, de la edad, sin los colores de lo artificioso, sin la inquietud de las respuestas, a Isabel hay que leerla para poder estar cerca, para tener el privilegio de su existencia. Esa niña que aprendió a leer con Alberti no se ha ido jamás, hay una alegría tan honda y legible en sus ojos, que uno sabe inmediatamente que esa bondad solo pertenece a los que nunca perdieron el paraíso de la infancia.
Es verdad que la quiero, pero no la amo por su escritura, a
su escritura la quiero aparte, como si fuera otro querer que también me lleva a
su cercanía, a sus caricias versales, a su música del alma, a la paz, a su
familia; ese gran árbol de la esperanza que todos deberíamos tener, a su
calidad como escritora que va en paralelo a su calidad como persona, como
poeta. Porque decir de Isabel es decir de la humildad, del bien y de la alegría,
porque como diría Borges, ella no ha cometido el peor de los pecados, ella sí
ha sido, y es, feliz.
Sara Castelar Lorca
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