RECORDANDO AL POETA ARCENSE: JULIO MARISCAL

Aquí os dejo el artículo que escribí sobre el poeta arcense Julio Mariscal Montes para la Revista poética "Enverso". 

 Agradecer a Patrizio Pacheco, impulsor de la Revista, a su director , Francisco Márquez y a todos los compañeros y compañeras que trabajan en  ella y que  le insuflan vida. Al poeta Pedro Sevilla, gran conocedor del la obra de Julio, por su cariñoso recibimiento, por los libros y documentos que me facilitó para este trabajo. También al querido poeta, Antonio Apresa, fallecido prematuramente y que fue para mí un valioso  puente entre Arcos y Jerez. Y por supuesto al sobrino de Julio, don Aurelio Sánchez Mariscal, guardián del valioso legado del poeta quien, amablemente, nos abrió las puertas de su casa, casa que a su vez fue la casa natal del poeta.

Ilustración:  Celia Aguilar de Rueda


Tirándole chinitas a la primavera está noviembre


Julio Mariscal Montes- Arcos de la Frontera, Cádiz 18 de Noviembre 1922 – Arcos de la

Frontera, 25 Noviembre 1977-


Indagar en la nebulosa figura del poeta arcense, Julio Mariscal, es pensar en Noviembre. Un mes mistérico para los poetas. Un mes difuso, donde los días se acortan y en el paisaje una pátina de              colores rojizos, anaranjados y ocres nos induce a esa honda introspección tan necesaria para la poesía.

Un mes de recogimiento que invita al sosiego, al refugio de nosotros mismos.

Es el mes en el que se invoca y se reza por las almas de todos los muertos, y justamente, el mes en que naciera y también muriera–con tan sólo cincuenta y cinco años- uno de los más enigmáticos, olvidados y misteriosos poetas que ha dado la generación del cincuenta: Julio Mariscal Montes.

Un poeta de la generación del 50 que desde hace años viene siendo reivindicado por otros poetas y estudiosos de su obra, como Francisco Bejarano, Juan de Dios Ruiz-Copete, Pedro Sevilla, José Mateo, Blanca Flores… que han estudiado y difundido su obra y que con el tiempo, gracias a esa continua y ardua labor de difusión, vemos que poco a poco se está convirtiendo en autor de culto.

Un poeta inclasificable, apartado, ajeno,- nos dice el poeta, también arcense, Pedro Sevilla - donde la presencia del Amor y la Muerte junto a la Tierra, entiéndase por Tierra - Arcos de la Frontera y pueblos de alrededores, de los que el poeta nunca quiso, ni supo salir- forman una triada, a veces lastimosa, inseparables en la gestación de su obra y que por asociación, nos lleva a esas otras tres heridas hernandianas, tan consustancial al ser humano, tan universales; las del amor, las de la vida, las de la muerte, y que permanece latente en la gestación de toda su obra poética.

Corral de Muertos, Pasan hombres oscuros, Poemas de Ausencia, Tierra de secanos, Tierra, Último día, Poemas a Soledad, Trébol de cuatro hojas, Aún es hoy…

Su poesía entendida como esa honda palpitación del espíritu, -que diría don Antonio Machado- al que Mariscal, abiertamente consideraba su maestro y guía. Así, como a Juan Ramón Jiménez, Alberti, Lorca… poetas a los que desde muy joven, Julio leía con fruición y de los que pronto pudo aprender, entre otras muchas cosas, que sin verdad, sin emoción, la poesía no es nada.

Leyéndole te das cuenta que es esa emoción y esa verdad lo que verdaderamente sobrecoge, lo que hace que la poesía, clara, directa de Julio Mariscal se convierta, sin haberlo pretendido, en una poesía altamente transgresora.

Teniendo en cuenta que Julio Mariscal fue un poeta de posguerra. Un poeta fuertemente arraigado a la tierra, a sus costumbres. Pero sabiendo que desde muy joven destacó y entabló importantes vínculos poéticos y de amistad con muchos otros jóvenes poetas de su generación como: Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Pilar Paz Pasamar, los hermanos Murciano…y con muchos otros poetas, a través de Revistas tan significativas como Platero, en Cádiz, Alcaravan en Arcos,- de las que fuera miembro fundador- o Arquero de Poesía, en Madrid, con Antonio Gala, Gloria Fuertes, quienes -se sabe- a veces iban a visitarlo a Arcos o a Paterna de Rivera, donde Julio impartía clases como maestro.

Porque hubo un Julio Mariscal rotundo, vigoroso, ilusionado, -Nos recuerda nuevamente el poeta Pedro Sevilla aludiendo a esos primeros años de efervescencia poética en los que Julio estaba inmerso - pero que luego, poco a poco, como así en otro tiempo y en otra circunstancia lo hiciera la poeta norteameriacana, Emily Elizabeth Dickison, el poeta desilusionado se fue apartando, enclaustrándose cada vez más en el pueblo y en sí mismo, a la vez que fue construyendo, los más descarnados, originales y atrevidos poemas que ha dado la generación del cincuenta.

Un Julio vigoroso, ilusionado, lo que ocurrió,- nos sigue recordado el poeta Pedro Sevilla- es que muy pronto se dejó vencer por sí mismo, se hundió en los lodazales de la culpa y trabajó denodadamente en contra de su felicidad.

Así nos sorprende con uno de sus libros más valientes, tanto en su forma como en su fondo: Tierra, (1965) un libro que, como Lorca y los Sonetos del Amor Oscuro, refleja a través de un lenguaje simbólico y lleno de imágenes y de fuerza telúrica, además de esa idea de la culpa, toda la pasión,         todo el dolor y toda la rabia que el poeta siente hacia sí mismo ante ese amor prohibido.

Venías de lo oscuro, de lo entredicho apenas/ Así comienza uno de los más impactantes poemas del que algunos críticos consideran uno de sus libros más auténtico. Y eché a andar por tu sangre; por esa/ desamparada y sola vereda de tu sangre,/ con lagartos de rabia, con umbríos, / retamales de pena y sobresaltos. Y concluye, sin perder un ápice de fuerza…Y aquí me tienes como un toro ciego/ corneado, furioso, inútilmente,/ el muro enorme de los prejuicios

No sabemos si fue él mismo la causa de ese enclaustramiento, o fueron esos mismos prejuicios sociales y homofóbicos, o las dos cosas juntas, la razón que hizo que Mariscal, poco a poco, se fuera arrinconando, apartando, cada vez más misterioso, más trascendido. Como ese ciprés que custodia el cementerio del que fuera su primer libro, Corral de muertos, (1954) para quedarse allí  donde los hombres se han tendido/ para olvidase dentro de su muerte.

 Me decía el poeta de Arcos, Antonio Apresa, semanas antes de su repentina y definitiva partida, -por la que nos dejó a todos rotos de dolor- admirador acérrimo de la poesía de su paisano, que para él y aún siendo difícil decantarse, Corral de Muertos era su libro preferido, destacando entre otros poemas de no menos factura, el soneto al Ciprés.

 Difícil decantarse, es cierto. Una poesía cuya cadencia y rigor se ve fuertemente entroncada con la mejor poesía de la tradición andaluza, donde prima la elegancia de sus versos, la complejidad de lo aparentemente simple, en ese adentrarse donde no se sabe, que decía san Juan de la Cruz, más adentro en la espesura.

Leyéndole, no deja de sorprender esa fijación que Julio sentía por la muerte, el paso del tiempo, la melancolía…El uso de elementos simbólico relacionados directa o indirectamente y que no dejan de ser otras formas de muertes.

Y me supe ciprés y azul sin luna/ lívida fosa sin ayer, sin sangre/ y me clavé con tierra entre los ojos…/

La presencia de Thanathos y Eros, el Amor y la Muerte en ese tirarle chinitas a la primavera y el Pueblo, que a veces aparece solo y triste como un verso de Heine…

Porque …En la inmensa / noche del mundo Dios marcó unos surcos,/ repartió unas parcelas de destino/ y a mí me tocó esto/ de mirar hacia atrás y no ver nada/

Mirar hacia atrás, desenterrar y sacar del surco de la indiferencia la nebulosa figura de un gran poeta, es lo que viene haciendo desde hace algún tiempo el pueblo de Arcos,- pueblo de poetas por antonomasia- y este año, con más fuerza si cabe, con la conmemoración del centenario de su nacimiento, donde ya se vienen organizando diferentes actividades, encuentros y jornadas al respecto.

Rescatarlo del olvido; esa otra forma definitiva de muerte, y volverlo por siempre como ese ciprés del cementerio, vertical, limpio y sonoro al último latido.




Isabel de Rueda

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